domingo, 10 de abril de 2011

Juan Pablo observa quieto.

Juan Pablo observa quieto, con al cabeza encorvada, el lugar nuevo en que se encuentra. Mira a su alrededor como inspeccionando cada centímetro. Es una oficina pulcra, ordenada, limpia, fresca, donde se respira el buen aire de quien la habita. El espacio no es demasiado amplio, pero si silencioso y tranquilo. Sonríe Juan Pablo con la plantita que hay de adorno, verde como su polera, mostrando las encías casi sin dientes como en cámara lenta, levantando levemente la cabeza. ¿Te gusta? Le pregunta su mamá, mientras le agarra la mano y él da un si agrandando la sonrisa. Un rato después Juan Pablo está con el ceño fruncido mirando al frente, a la señora desconocida y elegante, aunque no sabe que es eso, su mamá le pregunta si se aburrió o si tiene hambre, y más tarde, con los ojos cerrados y el mentón en el pecho, prácticamente dormido. En el intertanto, la madre ha respondido las interrogaciones de la señora. A la primera, responde por él que no, si no habla. Cuando le preguntan desde cuando, dice que desde siempre, él siempre ha sido así, que venía con el cordón umbilical enrollado al cuello y como nació por parto normal eso le generó daño neurológico. Años después le contaron que era culpa del hospital, que debían haberle hecho una cesárea. Juan Pablo no habla, ni se ubica en el tiempo ni el espacio, que puede ser una de sus bendiciones, flotar un poco nada más encima de la superficie, sonriendo por las plantas, por el sol, por los niños que juegan a la pelota en el pasaje al que da su casa; no habla pero si puede expresar sus emociones, irradiando ternura de su sonrisa sin dientes o anegándolo todo con las escasas lágrimas que salen de sus ojos. Se comunica por obra de la naturaleza, espontáneamente, como cuando reclama sus comidas a las horas precisas agitando los cazos, una de las pocas veces en que se inquieta porque generalmente es tranquilo, y se entretiene con poco escuchando música o cuando lo van a ver sus hermanas. No le gusta mirar tele (para que si es mejor y, como él, más simple ver lo real), ni los gatos, los ha tirado las veces que le han llevado uno de mascota. Le encanta cuando lo duchan, ahí podría quedarse horas dice su mamá, bajo el chorro tibio de la ducha teléfono, con las manos entrelazadas y los ojos cerrados mirando el cielo. Juan Pablo no se da cuenta, pero estampa su huella en un papel que registra los dicho de su madre. La madre estampa su firma, se agrega una segunda firma del testigo, y la señora pone fin a la diligencia estampando su cargo. Pone fin a la diligencia con un gesto de caridad que es más su sello que el timbre antiguo, sello que se nota desde que saluda al último de los empleados, y se nota también en las respuestas que recibe, llenas de respeto, del que se gana con actos sencillos, cotidianos y concretos.

Afuera, tomándose un café, espera a María su marido. Es un hombre alto, delgado, muy delgado, con la piel llena de gruesos pliegues casi pegada a los huesos. Está abrigado a pesar del calor agobiante de un verano que, como se está haciendo habitual, se prolonga más de lo esperado. No tiene color esa piel grisácea, el cáncer respira por sus poros. ¿Qué ha hecho esa mujer para merecer, casi a los sesenta años, hacerse cargo de dos guaguas, como ella misma dice? Un inocente de treinta y ocho años, al que hay que mudar, lavar, dar de comer, llevar a controles médicos periódicos, subir y bajar de la silla de rueda, limpiar las babas, dar un banquete de medicamentos para úlceras estomacales, epilepsia, y vitaminas, ¿es una bendición? Un esposo de sesenta y ocho sentenciado, al que las quimioterapias sirven para estirar nada más que una agonía, al que también tiene que atender en su infinita fragilidad, ¿es una carga? María afirma como el Atlante toneladas de dolor en sus espaldas, ¿le ayuda alguien con unos gramos al menos? Se alejan, ella gordita empujando la silla de ruedas, con su marido alto al lado, caminando lento. María tiene que seguir esperando con su paciencia infinita y su dulce temple de acero, mientras tanto seguirá vendiendo cachureos en la feria, aguantando cansada el sufrimiento sobre sus hombros, mucho más fuerte que Atlas, sin quejas, ganándose su lugar en un memorial imaginario.

Cita 2


"El olor a fritura parecía llenar su conciencia. Pensó, pero sólo por un instante, que las frituras eran la nueva aberración, como el tramo de carretera con sus tiendas de saldos y sus autocines para mirones. Rápidamente corrigió ese pensamiento casual, pero recordó que las frituras fueron una de las primeras cosas que se han olido en el planeta. Tras el descubrimiento del amor, de la importancia de la caza y de la constancia del sistema solar, vino el olor de la comida frita. Incluso ahora, al final de la cosecha, en los rincones más inaccesibles de los Cárpatos, los pastores bajan de los montes con sus rebaños, en otoño, para oír los violines y los tambores sin encordar de los zíngaros, y oler las salchichas girando sobre brasa de carbón. Las frituras son bárbaras (reniegan de la autoridad) y su magia es la malnutrición, el acné y la vulgaridad. Son indigestas y sumamente olorosas, y pueden ser, si te falla la suerte, lo último que huelas de camino al patíbulo. También son portátiles. Hay que poder comerlas sentado en una montura, o a bordo de una noria de feria, o recorriendo las avenidas y senderos de algún parque de atracciones de pueblos. Hay que poder comerlas de las manos, sacándolas de un cucurucho fabricado con hojas, corteza o piel humana, mientras remas en tu canoa de guerra o marchas hacia el frente. Estaban comiendo frituras cuando hicieron el primer sacrificio humano. Estaban friendo berenjenas en el Coliseo cuando desmembraron al filósofo en la rueda y entregaron el santo a los leones. Estaban comiendo frituras cuando ahorcaron a las brujas, descuartizaron al pretendiente y crucificaron a los ladrones. Las ejecuciones públicas fueron nuestras primeras celebraciones y las frituras son comida de fiesta. También son la comida de los amantes, los jugadores, los viajeros y los nómadas. Al celebrar y enaltecer las frituras, todas las grandes carreteras del mundo mantienen vivos nuestros recuerdos primitivos de cazadores y pescadores errantes, cuando no poseíamos historia y teíamos muy poca visión de futuro. Son la comida de los vagabundos espirituales."

Esto parece el paraíso.