domingo, 22 de mayo de 2011

C.3


-Bueno -le dije dándome golpecitos en el brazo-, el deber me llama. Como dijo un juez a otro: "Sé justo, y si no puedes ser justo, sé arbitrario."

El Almuerzo Desnudo

Buitres

Dentro de un cuadro lleno de colores amarillos y verdosos destacan dos figuras de color café, prácticamente del mismo tono. Una, la de atrás, o que está en segundo plano, algo fuera de foco, es un buitre de largo pico y cabeza blanca, da la impresión que salvo por las plumas el resto es sólo hueso, una calavera y las dos patas. Está casi al medio de la imagen, en la punta de, si uno la partiera en cuatro, del cuadro superior izquierdo. La otra, en primer plano, ocupando el cuadrante inferior derecho del recuadro, es una niña que está encuclillada y con la frente apoyada en el suelo. Parece que el peso de su cabeza fuera tal que simplemente no puede cargarla con sus débiles hombritos. Parece un gran sapo de tierra, con las piernas traseras flectadas al máximo, los codos y antebrazos en el suelo. Se alcanzan a ver las costillas marcadas de la pequeña, como esos perros o caballos famélicos, un collar blanco en su cuello y otra cosa blanca alrededor de su muñeca. Al fondo, desenfocados, se divisa lo que pueden ser chozas de una aldea y unos árboles verdes y espinoso. El resto es arena, paja, pastizales secos, arena, piedras y más arena.

La imagen parece a primera vista bastante macabra. Un buitre a punto de almorzarse un niño. Imaginar que después de la foto, en vez de ser una cebra o un ñu como han mostrado infinidad de veces los programas sobre la naturaleza salvaje, las costillas al aire, con algunos restos de carne adosados, iban a ser de una niña de unos cuatro años no deja indiferente a nadie, o al menos a nadie relativamente normal.

La polémica se genero, además de todo lo que tenga que ver con la hambruna y abandono de África, el capitalismo, el egoísmo (no es muy difícil interpretar la metáfora de la fotografía y decir que tal o cual parte simboliza esto o lo otro), en torno al tipo que tuvo la fortuna (o que fue llevado por La Fortuna), de estar en ese lugar en ese momento, aunque quizás se repetía, y sigue repitiendo, en montones de caseríos africanos. El ojo acusador se fijó exclusivamente en el fotógrafo, en la parte de la fotografía que no se ve, en como había dejado abandonado a su suerte a esa pequeña criatura. Digamos, el mundo puso la carga y sus culpas por todo lo que pasaba en ese continente en ese sujeto. Los problemas con eso eran varios. Primero, uno que tiene que ver con la forma de ejercer el oficio (esto creo excede la profesión). El fotógrafo no puede intervenir la realidad que lo rodea. Puede ser una opción al momento de dedicarse a expandir lo que es visible a las personas, divulgando o compartiendo situaciones maravillosas o extraordinarias o realmente terribles, no importa si hay algo inanimado, un vegetal, un animal o un ser humano. El ojo privilegiado, detecta, interpreta, captura, revela, selecciona, exhibe o publica. Punto. Apuntar a quien detectó esa imagen resulta del todo injusto si sólo estaba cumpliendo con su función o un principio al ejercer de esa forma el oficio, que probablemente sea compartida por los miembros del gremio y tal vez sea hasta enseñada en las escuelas de fotografía. Un instante en el mundo debe atraparse, no intervenir en él. Segundo, nadie sabía realmente si el buitre se comió a la niña. Si bien, pensando en las distancias y proporciones, el buitre probablemente era más grande y más feo que el niño, y además parece que lo está mirando, acechándolo, concluir a partir de eso que fue abandonado para finalizar en los picotazos de un ave carroñera y su bandada parece una gran exageración, sería como meter presa a una persona por comprar una pistola. No se conocían realmente las circunstancias que no se ven en la foto, por ejemplo si habían más personas cerca (se ven unas chozas al fondo de la foto), cuestión que parcialmente se dilucidaría años después. Y tercero, dejando de lado todo tipo de discusión ética o valórica sobre el deber de ayudar a los necesitados, no se conocían tampoco las circunstancias que rodeaban al fotógrafo, quizás se estaba subiendo a un avioneta o helicóptero, quizás se subía a un jeep para arrancar de una tribu de caníbales o de guerrilleros, quizás la sacó con un gran teleobjetivo. A pesar de todo esto, a pesar incluso de la evidencia contenida en la propia fotografía, la “crítica” fue devastadora con el reportero, quien en síntesis dejó abandonado a un pobre niño africano desnutrido, para que muriera bajo las alas pardas de un ave carroñera.

En 1994 Kevin Carter ganó uno de los más importantes premios (o el más importante) entregados en Estados Unidos a medios de prensa por su fotografía. Ese mismo año se suicidó. En el período inmediatamente anterior había sido públicamente señalado y enjuiciado por un acierto en el cumplimiento de su trabajo. ¿Fue eso lo que lo llevó a tomar esa última decisión? ¿Su vida previa ya estaba llena de sufrimientos y eso nada más gatilló una cuestión inevitable? ¿O fue el morbo de la audiencia y los críticos, de una masa informe y diabólica que toma decisiones sin control y sin criterio, una masa sin consciencia, sin remordimiento, que devora todo a su paso y cuyos efectos son excluyentemente destructivos? Una sola foto, dos efectos totalmente opuestos: el reconocimiento y la condena (por eso algunas representaciones de La Fortuna muestran una rueda). Por una parte la academia, un grupo de personas que toma decisiones en forma responsable, informada, meditada, justificada, y por la otra un ente inclasificable y devastador (quizás en el mundo oriental existe alguna forma de describir esto, aunque incluso en ese caso asumen un rol destructor que es parte de un conjunto superior de movimientos cíclicos). Entonces, la interrogante en torno a la fotografía. ¿Quién es el verdadero buitre? O, ¿cuál es el buitre? Parecen haber, al menos, cinco posibilidades.