martes, 26 de marzo de 2013

Trece.

Marta.- ¿En nombre de qué me interroga usted?
María (en un grito).- ¡En nombre de mi amor!
Marta.- ¿Qué quiere decir esa palabra?
María.- Quiere decir todo lo que en este momento me desgarra y me muerde, este delirio que abre mis manos para el crimen. Quiere decir mi alegría pasada, el dolor fresco que usted me trae. Si no fuera por la obstinada incredulidad que me queda en el corazón, aprendería usted, loca, lo que quiere decir esa palabra al sentir su rostro desgarrado por mis uñas.


El  malentendido.



sábado, 16 de marzo de 2013

¿Por qué?

Mientras está en su pieza, sentado en su pequeño escritorio, encorvado bajo una lamparita de luz amarillenta, contemplando el jardín oscuro de la casa de enfrente y los ratones equilibrarse sobre el cableado, retoma una vez más la pregunta. En algún momento se la iban a hacer, alguna vez ya se la había formulado, pero, a pesar de las anticipaciones, seguirá siendo una pregunta sin respuesta concluyente. Escucha por un momento el sonido periódico de una escoba arrastrándose sobre la vereda. Se seguirá llenando de intuiciones y cada vez podrá ser contestada en forma diferente. ¿Dejará alguna vez de formularse esta pregunta?

Porque piensa el mundo como si estuviera relatado. Recuerda a su padre pintando cuadros en el aire, con una espátula formada por la yema del dedo gordo de la mano derecha. Él escribe con un lápiz imaginario esas mismas pinturas transparentes, narrando paisajes increíblemente reales. Lleva dentro esta inquietud en forma constante. Por rescatar lugares y personas olvidadas. Para recordar esos lugares y esas personas. Para no olvidar lugares imaginarios, personas imaginarias y situaciones imaginarias. Lo hace también porque ha leído y cada texto ofrece una fuente nueva y un ejercicio nuevo. Y porque, como pocas, tal vez ninguna, esta actividad, a pesar de todo, le ofrece una seguridad que raras veces ha sentido.

Al llegar al final de la página que le han puesto como límite, cuando la mano se escapa, se representa varias alternativas. Recurrir al resquicio es una. Ajustar márgenes, tipografía, interlineado. Usar una hoja tamaño oficio. Otra es simplemente interrumpir la escritura. Otra es seguir irracionalmente y entregar un documento cercenado. Volver a revisar el texto y editarlo, mediante diversas supresiones. Concluye que tal vez no haga falta recurrir a ninguno de estos artificios.