sábado, 2 de mayo de 2020

La más linda del desierto


Sobre el extenso y seco desierto, un montón de flores discutían arduamente cuál era la más importante y bella de todas. Hablaban, hablaban y hablaban mientras sus voces se mezclaban con el zumbido de la brisa por la tarde, llenando el espacio vacío.

¿Viste la última persona que me vino a sacar fotos? Su cámara era la más grande, dijo el Borlón de Alforja.
No, era más grande la mía. Y a nosotras nos cortan en enormes ramos para mostrarnos en la capital; mi familia está completa adornando el living de una casa, contestó la Astromelia.
A ver. Están muy equivocadas; al desierto la gente viene a sacarnos fotos a nosotras, dijo la Celestina.
No, a nosotras, nuestro fucsia, levantó la voz la Pata de Guanaco, es mucho más impresionante que tus pétalos, teñimos el desierto y somos la postal que recorre el mundo.
Ay, por favor, no, no tienen idea, replicó la Oreja de Zorro, yo me arrastro y extiendo mis redes entre la arena para cazar. Vienen a verme a mí, la única planta carnívora.
¡Pero si eres muy hedionda!, respondió la Añañuca.
Tú calla, mejor, que apenas apareces, contestaron a coro los Suspiros; nosotras sí que hacemos del desierto florido lo que es. ¿No ven cómo vienen a mirar nuestros mantos nevados que se extienden por los montes? Mantos de Añañucas no se han visto jamás.
Claro, claro, como si ustedes sirvieran para algo. Nosotras somos alimento y nos vienen a buscar abejas y colibrís para tomar néctar, dijo el jugoso Terciopelo.
 ¡Silencio!, se escuchó rugir a la Garra de León. ¡La gente me viene a ver a mí! Yo sí que soy el verdadero milagro de este lugar. Mi gruesa liana nace de la roca misma y mi enorme puño ensangrentado chorrea entre las piedras y la arena. ¡Miren, ahí vienen! Fíjense cómo la gente se para por horas a contemplarme.

El viejo Cactus presenciaba todo esto, suspirando aburrido. Cada tantos años tenía que escuchar hasta agotarse el cacareo de las flores. Su voz se elevó lentamente con el viento de la tarde y se hizo escuchar rebotando de cerro en cerro, de loma en loma, de quebrada en quebrada.

¡Otra vez lo mismo! Cada vez que pasa esto tengo que aguantarlas; por favor, un poco de respeto, este es un lugar de silencio, de calma. Y ustedes no paran de hacer alboroto. Les voy a decir la verdad: ¡en dos semanas van a estar todas secas y muertas! ¡Sí, muertas! Y yo voy a ser el único que siga aquí parado, resistiendo el sol, el frío, la poca lluvia, el polvo que levantan los autos de los hombres. Voy a cobijar a los pájaros y los lagartos y los mismos insectos que creen haber llegado al paraíso y se decepcionan cuando esto vuelve a la realidad y parece un país bombardeado, lleno de tallos y flores muertas en el suelo, palos, piedras y arena. En dos semanas nadie las va a venir a visitar y quedarán enterradas quizás otros treinta años, hasta que caiga algo de lluvia que las resucite. Solo voy a estar yo.

El viento había cesado y por un momento se escuchó el silencio de la pampa. Las flores quedaron consternadas y tristes: nunca habían pensado en que apenas vivían un instante. Notaron cómo sonaba el espacio cuando ellas no estaban. Pero esta impresión se les pasó rápido, volvió la brisa y de a poco retomaron la discusión. Otra vez se escuchaba su rumor en el desierto.