domingo, 24 de noviembre de 2019

Naranjas.

Hernán amaba las frutas. Comerlas era de los momentos placenteros que encontraba en sus días, se relajaba y el resto se volvía secundario. No las que vendían en el supermercado, esas eran, además de estéticamente tristes -sobras de calidad mediana, cosechadas en verde, la de primera se iba probablemente a Estados Unidos o Europa-, insípidas. Las compradas en el borde de algún camino o en la feria, eran superlativas, tal vez no siempre en aspecto, sí en sabor y precio, y mucha gente se perdía día tras día la posibilidad de deleitarse con fruta real, como les decía. En los matrimonios siempre comía en el postre, piña y frutillas. Pero ahora iba a comer naranjas.

Adoraba las naranjas, y las que tenía en el refrigerador eran perfectas, grandes, jugosas y dulces. Tomó una y, sirviéndose de un cuchillo dentado, cortó ambas tapas y trazó varios cortes longitudinales poco profundos, que penetraron solo hasta donde llegaba la cáscara, delgada, no como esas fraudulentas que engañaban sobre el contenido de la fruta, igual de decepcionantes que una palta de cuesco enorme. En sus pensamientos solo había lugar para ese instante, se dejaba llevar por la textura de la fruta en sus manos, algo de jugo que escurría y el aroma colándose por sus narices. Dejó el cuchillo y retiró los trozos de cáscara uno a uno, intentando quitar la mayor cantidad posible de albedo, la piel blanca y suave que quedaba pegaba sobre los gajos, hasta tener una esfera completa en tonos blanquecinos y anaranjados. Cuando niño, tomaba los gajos y los apretaba apuntando hacia un fósforo encendido, haciendo crepitar los microscópicos aceites que albergaba. Sacó algunos excesos y enterró desde abajo su dedo gordo derecho, penetrando en la cavidad que quedaba al interior de los gajos, hasta abrirla por la mitad. Un leve placer lo recorrió mientras retiraba el nervio y la cáscara que se metían por el ombligo en la parte superior, y despegaba los gajos uno por uno. Estaba absorto, era una cuestión primitiva, pero estaba en éxtasis ante la expectativa de comer esa fruta. Se dio tiempo incluso para retirar delicadamente trozos de la epidermis que cubría los gajos, dejando a la vista secciones únicamente con celdillas apenas unidas que quedaban la vista como en una autopsia. Tenía una decena de brillantes pedazos de naranja ante sí. ¿Era tan perfecta la naturaleza como para reproducir en cada fruta un ejemplar con la misma cantidad de gajos? ¿Contenía cada gajo la misma cantidad de celdas llenas de pulpa y jugo y sucralosa natural y moléculas ácidas? ¿O eran los avances de la experimentación y modificación genética? No tenía la menor idea de la variedad de fruta que tenía al frente, podía ser una Washington Navel, una Barnfield Late o una Navelina, no importaba. Dejó todos los pedazos sobre el plato salvo uno, que se metió a la boca y masticó despacio. No estaba fría, era fresca, perfectamente temperada en el refrigerador, turgente, dulce, se deshacía contra su lengua y su paladar, con los ojos cerrados sentía estallar cada celda, el jugo deslizándose por las encías, bajo la lengua y escurriendo por la garganta. Se metió dos pedazos más a la boca. Recordó que su refrigerador todavía estaba lleno de ellas, además de chirimoyas y plátanos. Por ahora, solo comería una naranja.


lunes, 6 de mayo de 2019

El lomo y el bife


         Sobre una parrilla, descansaban dos jugosos pedazos de carne.
        
         –Qué calor que hace acá, ¡ya no aguanto más! –le decía el más gordo al otro, más delgado, pero amplio, abierto por el medio y expuesto como una mariposa.
     –Me muero del calor también pibe, estoy transpirando como caballo de carreras, ¡que se acabe luego, por favor! Mirá cómo se me chorrean los jugos. Cashémonos, que vienen los humanos.
        
       Se acercaron dos hombres: camisa arremangada, anteojos de sol y blue jeans. Parecían uniformados.
        
         –Esto es lo mejor –decía uno apuntando al más flaco –bife de chorizo, traído directo desde Argentina. ¡Cómo sabemos de asado al otro lado de la Cordishera!
       –¿No que el bife de chorizo es lomo liso, pero cortado para el otro lado y abierto por el centro? La carne chilena es bastante buena, y de asados, hablamos menos pero acá se hacen igual de ricos... y abierto así, el bife, se te seca.
         –¡No nada que ver! Ashá tenemos unos cortes, fijáte, matambrito para empezar picando, butifarra y morcisha para aliñar otro poco, el chimichurri para el sabor, la malasha, el vacío, ojo de bife, el mismo bife de chorizo… de escucharlos me da hambre. Andá a pararte al lado de una parrisha, vas a ver cómo te corre la saliva de solo mirar. En cambio, acá, lomo, filete, sobrecostilla y choripán. Papas masho, ¡ponele ensalada rusa y te ganás una estrella Michelin! De nombre se salva solo el huachalomo, pero en sabor es el que se queda corto. ¡El condimento lo ponemos ashá desde la denominación, che, eso es lo que les falta a ustedes, el cachengue, el cuento! ¡Hay que ponerle condimento desde la presentación a la vida!
         –No sé, acá vivimos más callados y sin tanta fantasía. Vamos a lo concreto, carbón en vez de leña, empezamos a las 2 y a las 3 estamos sentados comiendo. Y el asado es rico igual, cortado así o asá, es carne y grasa. Porque no vayas a creer que la grasa nos falta eh, che. ¡Ahí está el sabor, en lo básico! Qué importa el nombre, si al final terminamos todos sentados a la mesa, o por donde se le pasa el cuchillo al corte, lo importante es saber servirse la vaca.
        
         Los pedazos de carne escuchaban atentos esta discusión, botando jugos que hacían tssss tssss mientras se evaporaban sobre las brasas al rojo vivo.
        
         –¿Y tú, Che Chorizo que dices, sales más rico que yo?
         –Y viste, que se sho, miráme acá, todo derretido, esperando que nos hinquen tenedor y diente. Vos estás igual, un poco más gordo pero en el patíbulo al fin y al cabo. Mejor no preocuparse de pequeñeces y disfrutar lo que tenés al alcance de la mano, bife de chorizo, lomo liso, ensalada mixta o chilena. Si al final igual nos meten el cuchillo y…
        
         En eso iba el bife, cuando el Hombre lo apuñaló con un tenedor enorme y alargado, sacó de la parrilla rápido y con un empujoncito de cuchillo lo dejó en una fuente de greda llena de otras carnes y embutidos, sangrando agonizante. Apenas, saludo a su efímero vecino.
        
         –Y, ¿qué tal Negro Prieta, cómo estuvo el sauna? Te ves bien así, bronceado y abierto. ¿Listo para el ataúd de miga y el mausoleo dentado?


* * *

jueves, 7 de marzo de 2019

R.

Un tomate, el río y tu recuerdo.

Un tomate
Flotando mancha roja a la deriva
Río abajo.
¡Qué productivas las mañanas junto al río!
Como tus labios carmines
Tu boca de fruncir corrido
Y lengua incesante, generosa
En las palabras, las ideas y los gestos,
Aguda y cultivada.
Debiste nacer argentina
Y no repartirte en este país mezquino,
En el habla y en el corazón,
Lleno de cabezas gachas
Y cejijuntos.
Prodigosa y entregada,
Como tu nombre
Levanta las mañanas en invierno,
A ratos mal hablada
La abstemia para ti tormento dominado
de placeres nunca retirada,
gozadora y pocas veces sosegada,
Ni por Nietzche ni Lacan,
dispersa intelectual.

El viento solo azuza el fuego
Como desperdiga besos tu boca
Besos caídos al olvido
Malpreciados, bienhabidos.
Nunca demasiado corto el vestido
Nunca demasiado bueno el partido
Ni ingenieros
Ni canutos
Ni filósofos
Ni artistas
Todos alguna parte suya a ti han vendido
Engañosos comerciantes
De amistades y amoríos,
Sin saber ser ellos los medidos
Por tu rigorosa lanza de Atenea,
rapaz lechuza albina,
de suave porcelana,
Y ojos asesinos.

Ni hombres ni dolores te hacen falta,
Ahí aparecen los amigos
Los cigarros y un buen vino
O algún libro, otro amigo.
Unos y otros,
Pasajeros,
Van igual marcando tu camino,
Como aparece
Tu recuerdo
Junto al río.

jueves, 24 de enero de 2019

El desierto no tan florido

Grises hablaban dos cactus
Asoleándose un poco torcidos
Firmes sobre la ladera
De un monte casi florido.

Lo demás eran puras piedras
Y restos de animalillos
Que partían en sus tallos
Y se extendían al infinito.

¡Hay que es injusta la vida!
-Dijo el más jovencito
¿Por qué todo el crédito llevan
Las flores y sus pistílos?

Bueno si son llamativas
-contestó el más resufrido
La Gente no busca paseo
Si no hay algo bien bonito.

Sí sé que somos bien hoscos
Pinchudos y descoloridos
¡Pero, Tata, llevamos
Acá parados más de un siglo!

Aguántate otros cien años
Y más de un desierto florido
Vas a ver que las fotos,
Se las llevan Añañucas y Suspiros.

No entiendo viejo, no entiendo
Pero es como si no existimos
¿O acaso será que pal hombre
No somos bastante bonitos?

No importa chiquillo, no importa
Mejor sigue atrapando, con tus brazos el rocío
Ya llegará un pajarito
A anidar bien agradecido.

Verás que tenemos espinas
No para hacernos los lindos
Y que en vez de eso aguantamos
En el desierto calores y fríos.

Así, cuando pasen las flores
Y quede todo baldío
Nosotros seguiremos firmes
Dando sombra y abrigo.