martes, 9 de diciembre de 2008

Campeonas.

Volvíamos de la sala de espera previa al embarque en el aeropuerto internacional de Santiago.

Mi hermano viajaba a Estados Unidos, a un invierno frío trabajando como operador de andarivel en un pueblo de Utah, Park City. Pueblo y todo, es el lugar donde se celebra cada año el festival de cine independiente más importante en ese país. Tiene suerte, pues se realiza las dos últimas semanas de Enero. Ojalá logre una escapada de su cubículo de andarivelista para presenciar algo de aquello. En el camino, nos cruzamos con un par de futbolistas norteamericanas, recién campeonas del mundo en la categoría sub 20. Dos chicas de lindos ojos azules, bastante interesantes, dotadas de un par de gemelos que evidenciaban una dedicación profesional al deporte no tan rey en este caso. Me atrevo a decir que cualquiera de ellas le pega a la pelota más fuerte que un pichanguero corriente, y que en un duelo bailarían a más de uno que se crea deportista. Viéndolas es más fácil entender como las amateurs y rechonchitas chilenas se fueron rápido de vuelta a estudiar para los exámenes de fin de año.

Había apuro por volver luego al estacionamiento, así es que cruzamos rápido la zona mixta, varias tiendas y Duty Frees, hasta el control de policía internacional. La fila, atestada, era la hora en que se hacen la mayoría de los vuelos al país de la libertad. Y, por supuesto, más jugadoras. En la esquina había cuatro, bien presentadas con sus uniformes oficiales, sus mochilas bordadas con el logo de la USSoccer y sus pelos rubios tomados. Una llevaba colgando la medalla de campeona. No pude resistir la tentación de pedirles una foto a las cuatro. Fútbol femenino y todo lo que se pueda criticar respecto de su nivel, además sub 20, peor eran campeonas del mundo, y lindas. Por supuesto, no las había visto ni en TV, pero encontré por lo menos simpático retratarme con ellas y sus medallas.

-May I take a picture with you?, pregunté en mi inglés colegial. Medias descolocadas, accedieron. Le pedía a mi padre que nos sacara la foto, levanté la cinta que arma esas filas de cuncuna y en eso se corre un paño negro en que una de ellas llevaba algo envuelto. Ni más ni menos que la Copa. No podía ser mejor. Cuatro linda rubias, deportistas, campeonas del mundo, con sus medallas y una copa del mundo. Es interesante la atracción que genera ese objeto, reservado para las manos de pocas personas, las mejores, reluciente, reflejando la expresión dichosa de quienes llegan a lo más alto. Me quedé absorto mirándola un momento, tal vez no estaría otra vez con una Copa del Mundo en mis narices.

-No queda batería, dice mi padre.

Menos mal había dos de repuesto, así es que las cambió, todo tan rápido como era posible. Las cuatro gringas posaban sonriendo, esperando que me pusiera al medio para la foto y dejara de joderlas.

-Tampoco están cargadas.

A la mierda! No podía ser peor. Tomé la cámara para revisarla y no había nada que hacer. Me di vuelta y las cuatro seguían ahí, sin entender nada.

- The batteries...eh... no cargadas. Agaché la cabeza, me apreté entre los ojos donde empieza la naríz. -Oh shit. Sorry, thank you... and congratulations. El inglés era rústico.



En el auto de vuelta, revisé la máquina fotográfica. Leí el anuncio sobre fondo blanco, indicando "¡Atención! El dial de modo no está en la posición correcta". Eso empeoraba las cosas. No eran las pilas, era la maldita ruedilla.

La copa, ni se mira ni se toca. Eso está reservado para el campeón, y, en castigo, me quemé los ojos en su baño de plata.

En todo caso, eran campeonas de fútbol femenino, sub 20 nomás. Y ni tan lindas.

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