domingo, 5 de abril de 2009

Hacia Machu Picchu, parte II

En las dos horas de ruta a Santa Teresa la vegetación se hace progresivamente más espesa. Rastros de casas devoradas por la selva son vestigios de romanticismos frustrados, de un pasado de chalets de dos pisos y pequeñas verjas blancas. Aparecen también pequeños cementerios, camposantos que la jungla comienza a cubrir; la muerte y la vida, el hombre y la naturaleza.

El taxi destartalado nos sube y baja por los cerros, rodea y rodea las laderas, tiritando indefenso por el ripio. Cruzamdno el río vamos a las montañas del lado contrario, bajando más y más. Atravesamos el pujante poblado de Santa Teresa, enfilando por las laderas de corte vertical en dirección a la hidroeléctrica. Una escena alucinante despide el camino en auto: junto al río, una montaña (pequeña entre miles), de sus entrañas de roca partida, en lo alto, deja salir un chorro de agua que escurre hasta el lecho con fuerza. El milagro del agua manado de la piedra yerma, de lo alto a lo profundo, retornando a los pies de la tierra. Cruzamos el puente, nos bajamos del cochecito, pagamos. A eso de las cinco de la tarde iniciámos la caminata, por la línea férrea entre el río, las montañas y la selva verde, que todo lo cubre.

La caminata es dura sobre las piedras filudas, los rieles y los durmientes. A veces aparece la huella de un sendero, pero es una porción mínima del camino. Cruzamos el puente oxidado sobre el río Vilcanota. Durmiente tras durmiente tras durmiente andamos, como hipnotizados por la repetición de maderos. Es imposible levantar la vista, a riesgo de pisar mal, tropezarse o caer. Un breve descanso y seguimos. Empieza a oscurecer, bulle el río a la derecha, calla la selva a la izquierda. La garúa nos moja más y más mientras penetramos la selva y las montañas; aparecen unas luciérnagas y el caminar se torna más lento, por la noche y pequeños puentes que hay a ratos. Cruzamos un par de túneles entre la roca y, a lo lejos, un resplandor tenue asoma entre los cerros. Son las luces de Aguas Calientes. En tres horas estamos entrando al pueblo, tras una visión mágica de luces en la selva y una caminata agotadora, mojados.



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